dimecres, 14 de març del 2012

(…) Este espectáculo me cautivó. Sentéme en un arado que había enfrente y dibujé con sumo deleite este episodio fraternal. Añadiendo los setos cercanos, la puerta de una cabaña y algunas ruedas de carretas, todo con el desorden en que estaba, vi, al cabo de una hora, que había hecho un dibujo bien compuesto y lleno de interés, sin haber añadido nada de mi propia invención. Esto me aferró a mi propósito de no atenerme en adelante más que a la naturaleza. Sólo ella posee una riqueza inagotable; sólo ella forma a los grandes artistas. Mucho puede decirse a favor de las reglas; casi lo mismo que en alabanza de la sociedad civil. Un hombre formado según las reglas, jamás producirá nada absurdo y absolutamente malo, así como el que obra con sujeción a las leyes y a la urbanidad nunca puede ser un vecino insoportable ni un gran malvado. Sin embargo, y dígase lo que se quiera, toda regla asfixia los verdaderos sentimientos y destruye la verdadera expresión de la naturaleza. “No tanto, dirás tú; la regla no hace más que encerrarnos en los justos límites; es una podadera que corta las ramas inútiles”. Amigo mío, permite que te haga una comparación. Sucede en esto lo que en el amor. Un joven se enamora de una muchacha, pasa todas las horas del día a su lado, prodiga sus facultades y sus bienes para probarle sin cesar que ella es para él todo en el mundo. Llega entonces un filisteo, un hombre que ocupa un cargo público, y le dice: “Caballero: amar es de hombres; pero es preciso amar a lo hombre; divide tu tiempo, dedica una parte de él al trabajo y no consagres a tu amada más que los ratos de ocio; piensa en ti, y cuando tengas asegurado lo que necesites, no seré yo quien te prohíba hacer, con lo que te sobre, algún regalo a tu amada; pero no con mucha frecuencia: el día de su santo, por ejemplo, o el aniversario de su nacimiento…” Si nuestro enamorado escucha, llegará a ser un hombre útil, y hasta yo aconsejaré al príncipe que le dé algún empleo; pero ¡adiós el amor!... ¡adiós el arte!, si es artista. ¡Oh, amigos míos! ¿Por qué el torrente del genio se desborda tan de tarde en tarde? ¿Por qué muy pocas veces hierven sus olas haciendo que vuestras almas se estremezcan de asombro? Queridos amigos; porque pueblan una y otra orilla algunos vecinos pacíficos, que tienen lindos pabelloncitos, cuadros de tulipanes y arriates de hierbajos, que serían destruidos, cosa que saben ellos muy bien, por lo cual, conjuran con diques y zanjas de desagüe el peligro que los amenaza. 
  
Werther, Goethe.

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